Estimada Susan:

Tuve el placer de leer el reciente artículo de su revista sobre el modelo de CureViolence para poner fin a la violencia. El enfoque epidemiológico para acabar con ese problema es una respuesta nueva y fascinante a la violencia urbana y estoy muy interesada en seguirlo de cerca de medida que siga desarrollándose.

Me gustaría escribir un artículo que analizara otro modelo, uno que se originó en la zona este de Los Ángeles, y cuyo líder es un sacerdote jesuita, el padre Greg Boyle. En lugar de tratar a la violencia como una enfermedad, como es el caso del Dr. Gary Slutkin y su equipo de CureViolence, el padre Greg Boyle considera que la violencia es un imperativo cultural. Al no tener “rampas de salida”, como él las llama, que pueden presentarse en forma de trabajos, habilidades emocionales, etc., los jóvenes que crecen rodeados de violencia no tienen muchas más opciones que ser parte de ella. El programa Homeboy Industries (La industria de los pandilleros) opera con la presunción de que no es suficiente con “interrumpir” la violencia sino que, esencialmente, hay que reemplazar su poder por proyectos que revaloricen más la vida.

Es el programa de rehabilitación de pandilleros más grande del país y atiende a más de 12.000 personas por año. La organización afirma que cuesta entre 20.000 y 44.000 dólares ofrecer una completa variedad de servicios y capacitación para personas jóvenes; como contraste, la detención de menores en el condado de Los Ángeles tiene un costo aproximado de 100.000 a 150.000 dólares.

A pesar de lo que parecen ser 25 años de intervención exitosa, en los últimos años Homeboy Industries ha tenido dificultades para encontrar financiamiento. Me gustaría averiguar cuál es el motivo y también investigar las limitaciones locales que tiene ese modelo, que aparentemente casi no se ha expandido.

Quedo a la espera de su pronta respuesta para conocer su opinión.

Jane